Oswaldo tiene 13 años y vive en Monte Sinaí desde los 7. Llegó con su familia buscando un nuevo comienzo, y aunque este barrio no siempre ha sido fácil, él lo llama hogar. Comparte su vida con su mamá, su papá, su hermano y su hermana pequeña. “Somos una familia completa”, dice con orgullo, como un escudo contra todo lo que vive a diario.
Su vida diaria transcurre entre la escuela, las tareas y los juegos con su primo. Estudia en el colegio, donde la materia que más le gusta es educación física, porque ahí puede correr, moverse, sentirse libre. Esa libertad de la que muchas veces carece fuera del aula.
Monte Sinaí no tiene parques, y jugar en la calle solo es posible hasta las 7 de la noche. Después de eso, la inseguridad obliga a resguardarse. “A veces se va la luz con solo una brisa”, cuenta, como si fuera parte de la rutina, pero con una resignación que no debería tener ningún niño. Tampoco hay muchos lugares para jugar, pero él se las ingenia. Porque los niños, incluso cuando el entorno es duro, siempre encuentran formas de ser niños.
Aunque no tiene muchas responsabilidades en casa, ayuda cuando puede, barriendo o lavando platos. Tiene agua potable, comida todos los días y, cuando se enferma, su mamá lo lleva al hospital, aunque esté lejos y la atención no siempre sea rápida. Son cosas básicas, pero él las valora profundamente.
Una de las experiencias más significativas para Oswaldo ha sido participar en los talleres de World Vision. Allí aprendió sobre la prevención del embarazo adolescente y hoy es parte activa del proyecto, compartiendo lo que aprendió con otros chicos y chicas. Él quiere que nadie tenga que renunciar a su futuro por decisiones apresuradas.
Su propio sueño es ser militar. No solo porque su padre no pudo serlo, sino porque él mismo lo desea. “Me siento capaz porque yo quiero cumplir mis sueños. Y sé que puedo.”, afirma. Lo dice con una seguridad admirable para alguien que ha aprendido a lidiar con carencias y adversidades desde tan pequeño.
Si pudiera cambiar algo de su barrio, empezaría por las calles. Están en mal estado y dificultan todo. También le gustaría tener espacios seguros para jugar. Porque, como él mismo recuerda, los niños tienen derecho a jugar, a estudiar, a tener salud y a ser felices. Y aunque él se siente afortunado por tener muchas de esas cosas, sabe que no todos los niños de su comunidad pueden decir lo mismo.
A los adultos y autoridades, Oswaldo les deja un mensaje: “La vida aquí a veces es dura. Ser niño en Monte Sinaí no es fácil. Pero queremos salir adelante. Solo necesitamos oportunidades y que nos escuchen.”
Y a otros niños como él, les diría: “Sigan estudiando, capacítense, aprendan. La educación es lo que nos puede hacer alguien en la vida.”