Aurelio tiene 55 años y vive en Monte Sinaí, una comunidad marcada por carencias y violencia, y también por la fuerza de sus habitantes. Es padre de Diego de 19 años, y Sofía de 12. Su vida dio un giro significativo cuando decidió ser voluntario de World Vision en su comunidad, una decisión inspirada profundamente por su esposa.
“Mi esposa fue la que comenzó con el voluntariado, yo siempre estuve involucrado con ella en las cosas que hacía la organización. Después me dijeron que podía ser voluntario y por eso decidí entrar”, cuenta. Lo que comenzó como un apoyo ocasional, terminó convirtiéndose en un compromiso de vida.
Aunque inicialmente su familia simplemente lo vio como una ayuda social, él percibió que estaban de acuerdo: “Está bien lo que estamos haciendo, es una ayuda social que se da a los niños”. Para Aurelio, este nuevo rol le dio estructura a su vida, ya que antes era más pasiva: “Antes me dedicaba a estar en la casa y trabajar, ahora ya cambió un poco, tengo otras actividades”.
En cuanto a su vida como padre, Aurelio habla con honestidad sobre los retos de criar hijos en un entorno vulnerable: “Tratamos de que no salgan mucho a la calle porque hay riesgos, cuando salimos, salimos en familia”. A pesar de los peligros, se esfuerza en transmitir valores sólidos a sus hijos, sobre todo a Sofía, quien le muestra apoyo en su labor. “Ella sí me dice que está bien lo que estoy haciendo”, menciona con orgullo.
“Ser padre aquí en Monte Sinaí es algo bonito, tengo dos hermosos niños y es hermoso salir adelante con ellos”, dice. Aunque admite que lo más difícil ha sido protegerlos del entorno violento, lo más gratificante ha sido darles seguridad y unión familiar.
Una situación en la escuela de su hija marcó un punto importante de su vida. “Antes le decía que, si le pegaban, que pegue, pero ahora ya no. Ya cambié. El lema antes era que la violencia se resuelve con violencia. Ahora es que hablando se solucionan las cosas”. Así, Aurelio ha transformado su forma de educar, buscando promover el diálogo y la paciencia.
La violencia del entorno no ha sido fácil de enfrentar, sin embargo, su familia lo mantiene firme: “Mi familia es lo más importante, yo me apoyo en ellos”. Aunque se describe como un hombre de pocas palabras, reconoce que World Vision ha traído un cambio en su vida: “Vamos evolucionando poco a poco, yo siempre he sido paciente, pero esto me ha ayudado más”.
Aurelio también se identifica con la labor que realiza porque guarda memorias dolorosas de su propia infancia. “Cuando era niño, tuve muchas necesidades… no había ayudas humanitarias como ahora”. Por eso, ver a World Vision en su comunidad le llena de esperanza. “Que la fundación siga adelante con sus proyectos, eso nos da esperanza”, expresa, deseando que los niños del barrio tengan una niñez distinta a la suya: feliz, digna y protegida. Ha descubierto muchas cosas sobre sí mismo desde que comenzó como voluntario. “He estado ayudando y aprendiendo de mi esposa”, reconoce con humildad.
Para él, ser resiliente significa no dejarse vencer: “Con la ayuda de Dios uno siempre sale adelante, cualquiera sea la situación”. Su mensaje a otros padres es: “No permitamos que nuestros hijos se sientan inseguros con nosotros, démosles esa seguridad”.
Su sueño para sus hijos y para todos los niños del barrio es: “Que todo mejore, que sean personas de bien”. Y eso es justamente lo que hace cada día, con su ejemplo, con su constancia y con su amor por la comunidad.