Gabriela tiene 24 años y vive en Monte Sinaí con su hijo Dylan, de 5 años. Ser madre joven en un sector donde la violencia y la pobreza son parte del día a día no ha sido fácil, pero su forma de salir adelante ha sido aprender, involucrarse en su comunidad y convertirse en una mujer más segura, más fuerte.
“Mi mayor desafío como madre joven es llevar a mi niño a la escuela y traerlo de vuelta. Donde vivimos es peligroso, y a veces no tenemos ni para pagar una moto. Toca caminar”. Y no solo es eso. Criar a su hijo en un lugar donde salir a jugar puede ser riesgoso también la ha marcado. “Él no puede salir libremente, como a un parque. A veces tiene que estar encerrado en casa, aunque gracias a Dios tiene a sus primitos y pueden jugar ahí”.
Gabriela encontró en el voluntariado una forma de proteger a su hijo y, al mismo tiempo, crecer como persona. “Antes de ser líder, me sentía como una pésima madre, como que no valía nada en la vida”. Todo cambió con su participación en talleres y el apoyo de World Vision. “El taller de Bálsamo de Ternura me marcó. Me ayudó a no agredir cuando mi hijo se portaba mal, a entender que también hay otras formas de educar. Me curó el corazón de muchas cosas”.
A través del voluntariado, Gabriela ha aprendido a hablar frente a grupos y a liderar actividades. Sobre todo, ha aprendido a relacionarse mejor con su hijo. “Antes le gritaba. Ahora me siento a hablar con él, aunque tenga solo cinco años. Me escucha, me entiende, y eso nos ha unido más”.
No siempre fue fácil que la dejaran participar. “Al principio, alguien me decía que estaba perdiendo el tiempo siendo líder. Con el tiempo entendió que cada minuto aquí me ha cambiado la vida y me ha dado conocimiento”. Hoy, Gabriela es un ejemplo para otras mujeres jóvenes del sector. “Muchas se acercan porque les llama la atención lo que hacemos, quieren aprender también”.
La llegada de World Vision fue un punto de inflexión. “No sabía lo que era protección infantil, no sabía nada de liderazgo. Y ahora hasta doy talleres a otras mamás y jóvenes”. A nivel espiritual también ha crecido. “Nos hablan de Dios, y eso me ha ayudado a seguir con mis estudios y creer en mí misma”.
Cuando piensa en su hijo, se emociona. “Él es quien me impulsa a seguir. Él me enseña cada día a ser madre. Con su amor, con sus abrazos. Yo quiero que algún día, si yo no estoy, alguien lo cuide como yo lo cuido a él… y también a los demás niños de la comunidad”.
Uno de los sacrificios más duros que ha hecho fue tener que llevar a su hijo a otra provincia para estudiar. “Me dolió mucho, pero fue necesario. Al final volvimos. Y seguimos juntos”. Gabriela sueña con que Dylan sea un profesional, a pesar de los retos del entorno. “Quiero que él convierta las dificultades en logros. Que no diga que le faltó una madre o una amiga. Que siempre me tuvo”.
A otras madres jóvenes que se sienten solas, les deja un mensaje sencillo y honesto:
“Yo también me sentí así. Pero siempre llega una oportunidad. Aunque pasen uno o dos años, esa luz aparece, y va a haber alguien que te guíe, que te muestre el camino”.