Josalinel (26) arribó a Ecuador en diciembre del 2019 después de una corta estadía en Lima Perú, una parada usual para miles de migrantes venezolanos en busca de mejores oportunidades. “De Venezuela nos fuimos hasta Perú porque mi suegra nos esperaba allá. Cuando llegamos, no había empleo y la gente nos veía mal. Muchos piensan que todos los venezolanos somos malas personas. No es justo que digan que por ser venezolanos no tenemos valores. Hay gente buena y gente mala en todas partes”, explica al contar su viaje.
Al enfrentar dificultades cada vez mayores, Josalinel y su esposo, escogieron Quito, Ecuador, como su nuevo hogar. A inicios del 2020, Javier encontró un empleo y Josalinel pudo inscribir en la escuela a sus hijos menores: David, de seis años, y Yonailys de tres. El pequeño Isaí, de ocho, no tuvo suerte. Él nunca asistió a la escuela en Venezuela, y a su edad, le negaron la posibilidad de ingresar al primer grado.
Conforme la situación empeoró para los suegros de Josalinel en Perú, decidieron unirse con el resto de la familia en Ecuador. El súbito secuestro de Milagros (15), la cuñada de Josalinel, precipitó la decisión. Ella fue secuestrada en Lima, en enero anterior.
Milagros fue un blanco fácil: tiene una discapacidad cognitiva y es muy confiada, ingenua con las personas. Ella no percibe ni distingue las malas intenciones. La carnada para capturarla fue enviar a un grupo de adolescentes a jugar con ella a su barrio. Milagros se alejó ingenuamente con sus nuevas amigas, quienes la llevaron a un hotel cercano, donde operaba un grupo dedicado a la trata de niños y niñas. “La encerraron en un cuarto, sola y con miedo. Trató de escapar y la golpearon”, explicó la madre, Elizabeth.
Las redes de trata y explotación como la que secuestró a Milagros, obligan a las niñas a trabajar en bares y hoteles clandestinos donde son explotadas sexualmente. “Este lucrativo negocio amenaza a miles de niñas a lo largo y ancho de Latinoamérica y el Caribe. Los niños y niñas migrantes son doblemente vulnerables a este riesgo”, sostiene Joao Diniz, Líder Regional de World Vision Latinoamérica.
La familia de Milagros estaba desesperada. La buscaron frenéticamente. Y un milagro –justo como su nombre- fue lo que sucedió: algunos vecinos reconocieron a las adolescentes que con juegos engañan a las víctimas, incluso, identificaron el viejo hotel donde las llevan. Milagros fue puesta en libertad gracias a la intervención de la policía que desmanteló una organización criminal que captura niñas y jóvenes mujeres para convertirlas en víctimas de trata.
Después de esta pesadilla, la familia decidió permanecer constantemente junto a Milagros, ellos podrían protegerla mejor de esta amenaza. Por ello, viajaron hasta Quito en febrero anterior. Tenían la esperanza de un nuevo comienzo, pero entonces, vino el COVID-19. La pandemia puso todos los sueños y proyectos en pausa.
“Somos ocho personas en nuestro hogar: mi cuñada Milagros, mis suegros, mis tres hijos, mi esposo y yo”, explica Josalinel, mientras acomoda los materiales escolares que World Vision entregó a la familia para entretener y educar a los niños durante el confinamiento. “Todos los días les enseño a mis hijos a leer y escribir. Lo han aprendido en casa, porque la escuela funcionó por muy poco tiempo antes del COVID-19”. Josalinel y su suegra son maestras de tiempo completo. Los dibujos y pinturas hechos por los niños cuelgan de las paredes de la pequeña pieza que comparten.
Yonailys, a su corta edad, cuenta en inglés y es muy hábil con el pincel. Constantemente le está pidiendo hojas de papel a su mamá para pintar con las acuarelas, que es lo que más disfruta. David extraña a sus compañeros de clase y dice que su clase favorita es la matemática. Mamá, como buena maestra, les deja tareas para reforzar sus habilidades. Isaí –aunque jamás ha estado en una escuela- muestra con orgullo cómo escribe con detalle y sumo cuidado su nombre.
El humilde hogar de esta familia mide unos 60m2. Las paredes son frágiles, mientras un endeble techo de láminas de zinc cobija unos colchones viejos puestos sobre el piso de concreto y una pequeña cocina. En esta casa no hay juguetes. Por eso los libros y lápices para colorear provistos por World Vision son la principal fuente de aprendizaje y entretenimiento para los niños.
World Vision reconoce que además de un enfoque sanitario frente a la pandemia, la niñez requiere mecanismos alternos de educación y protección contra todas las formas de violencia, incluyendo la explotación laboral, la trata y el abuso que acelera la pandemia. La respuesta global de la organización a esta crisis busca beneficiar a 72 millones de personas. En Latinoamérica, 7,3 millones de personas ya han sido alcanzadas directamente mediante la provisión de alimentos –por medio de cupones en efectivo para alimentación, distribución de kits de higiene y materiales como mascarillas guantes, o mediante actividades para prevenir los contagios.
Josalinel está determinada a tomar ventaja de estos tiempos tan desafiantes para desarrollar las habilidades de los niños. Está llena de energía para superar los retos que su familia enfrenta. Ella tiene la esperanza de que vendrán tiempos mejores, y mientras tanto, ora para que sus niños puedan volver pronto a la escuela y ellos puedan trabajar.