“Cuando mi papá se fue de la casa tuve miedo porque sentí que nos quedábamos solos, pero al mismo tiempo me dio alivio porque sabía que nadie iba a venir en la mitad de la noche a romper las cosas de la casa y maltratar a mi mamá.
Desde que recuerdo los viernes en la noche era el momento de la semana que no quería que llegue. Todo se anticipaba porque mi mamá ya se ponía de mal humor, todo le irritaba y nos hablaba a cada rato. A mí me regañaba porque no ayudaba siendo el mayor y a mi hermana Nicol porque debía arreglar la casa, ella es la mujer. De todos modos debíamos verle al Justin, mi hermano más chiquito, él no se quedaba quieto y mi mamá se moría de iras. Ahora entiendo que ella vivía con los nervios de punta, los viernes mi papá no llegaba temprano a la casa y se quedaba con los amigos. Ya con los tragos encima perdía la cabeza y todos salíamos mal de eso, en especial mi mamá.
Esa rutina era parte de nuestras vidas, pero nos estaba afectando mucho. Mi hermana era muy nerviosa y lloraba por todo, se encerraba y tenía problemas en la escuela. Mi caso no era distinto, yo era muy introvertido y me costaba conversar con otras personas, no podía dar mi opinión ni mis puntos de vista porque todo me daba vergüenza. Mis respuestas a todo era ´no sé´, así evitaba que me sigan buscando conversación, pero en mi cabeza y corazón tenía muchas cosas guardadas.
A mis 12 años recuerdo que una noche llegó mi papá y rompió todas las ventanas de la casa. Después de eso se fue contra mi mamá. No sé qué me pasó, pero ese día me decidí. Con todas las iras y el miedo del mundo le enfrenté, le dije que pare y puse mis puños a la altura de la cara, estaba dispuesto a defenderme. Ese momento vi como la cara de mi papá y de mi mamá cambiaron totalmente. Mi mamá llamó a la policía y mi papá se fue de la casa.
Después de ese incidente mi mamá decidió poner la denuncia por maltrato y mi papá no podía acercarse a la casa. A pesar de que se fue quién hacia los destrozos en la casa, el ambiente era triste y el mal humor de mi mamá se sentía. Al poco tiempo llegó una invitación de World Vision para que mi mamá asista a un taller sobre la crianza de los hijos. Ella no estaba muy animada, puso mil pretextos porque era un fin de semana completo en otra ciudad. Hasta que al final le convencimos que vaya y nos quedamos al cuidado de mi abuelita Carlota. El fin de semana se hizo eterno porque nos habíamos separado.
El sábado en la noche nos llamó para decirnos que estaba bien y que nos quería mucho. Mi mamá tenía un tono de voz que nunca antes había escuchado, se le sentía tranquila y en paz. A su regreso nos abrazó y nos dio muchos besos, nos dijo lo importantes que éramos en su vida y prometió hacer de nuestra casa un lugar de ternura. Ese taller nos cambió la vida.
Poco a poco nos fuimos involucrando con las actividades de World Vision. Mis hermanos y yo somos parte del patrocinio y mi mamá es voluntaria comunitaria. Todos participamos activamente de los talleres y de las actividades que nos dan. Ahora soy parte de la Red de Jóvenes Wambra Kunapak Yuyaykuna de mi cantón, que me permitió tener talleres de liderazgo, derechos humanos, participación comunitaria y algunas otras cosas más para apoyar a otros jóvenes de mi comunidad. Mi mamá ayuda a organizar los encuentros con otros padres de familia y a las mujeres maltratadas les cuenta su historia y les guía para salir de ese círculo de violencia.
Además de las actividades con World Vision, como familia compartimos una pasión: el baile. Bailar se convirtió en parte de nuestras vidas. Lidero a un grupo de mi comunidad en el que muchos jóvenes danzan la música típica de mi pueblo, es una tradición que nos ha hecho famosos, incluso en otras ciudades a donde nos han invitado para ser parte de las fiestas. Mi mamá y mis dos hermanos son parte del grupo y eso nos ha unido aún más.
Con mi papá teníamos contacto esporádicamente y se desentendió de sus obligaciones. Durante la pandemia las cosas se complicaron en la casa porque mi mamá perdió su trabajo. Teníamos nuestra comida con las hortalizas, frutas y cuyes del huerto que hicimos con las semillas y crías que nos dio World Vision, pero otras necesidades no podíamos cubrir. Un día no podíamos conectarnos a las clases porque no teníamos dinero para cargar el teléfono y fui a hablar con mi papá. Con mucho respeto y firmeza le dije lo que pasaba, mi papá se disculpó y desde ese día cumple con sus responsabilidades y tenemos un diálogo más fluido.
Todo lo que ha pasado en mi vida, con subidas y bajadas, yo agradezco. El Daniel de hoy es un chico que ha superado la violencia, que transmite con fluidez sus ideas, líder comunitario y artístico, que quiere ser psicólogo para ayudar a los niños que tienen problemas y sobre todo que confía en él”.